BCCCAP00000000000000000000629

dígame, Padre, qué es lo que yo tengo que hacer para asegurar mi suerte PU el otro mundo". A estas y otras preguntas de la carta respondemos lo que sigue: l\Iucho me alegro de tu carta y me regocija ver cómo la luz de tu inteligencia no se ha apagado todavía y la gracia del Señor da aldabadas a tu corazón, cuyos ecos repercuten en los elarnores de la inquieta conciencia. No, no; no es una quimera, ni ilusión, ni siquiera probabilidad, la existencia del infierno con sus horribles tormentos, es una realidad cierta, infalible. Es una verdad demostrada por la razón y por el dogma; de ella no se puede dudar razonablemente ni lo más 1ní– nimo. Por eso haces bien en elegir la parte más segura y favorable, no por un quizá, por una probabilidad, SÜlO por una certeza, por una cosa irwludible, quieras o no quieras, pienses de esta o de la otra manera. Me preguntas: ¿ Cuúl es el medio real y verdadero para evitar ese tremendo lugar de sufrimientos y casti– gos'? ¿ Cuúl es el camino para conseguir la eterna felici– dad que nos halaga y lisonj ca'? La mejor contestación a esta pregunta será recordar el siguienie episodio evan– gélico: Un día el Divino Redentor Jesús se hallaba en las llanuras orientales de Palestina, acariciando suave– mente a los pequeñuelos, cuando he aquí que se acerca un joven y le pregunta: "l\Iaestro, ¿ qué bien he de hacer yo para conseguir la vida eterna'?" El Salvador le con– testó: "¿ Qué me preguntas a mí acerca del bien'? No hay mús que un solo bien, Dios". Quizá el joven insistió de nuevo, porque J csús añadió después: "Si quieres entrar en la vida eterna y ser feliz, serva mandata (1), observa (1) Matt.. XIX, 17.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz