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CAPÍTULO XI SERVA MANDATA. Copiamos unos parrafitos de la carta que nos escri– be el personaje de nuestra correspondencia. Dicen así: "l\Ii reverendo y estimado Padre: Contesto a sus últi– mas, expresándole mi profundo agradecimiento por el interés que por mí se toma. Creo que usted es un buen amigo, que desea y busca m.i verdadero bien. No pue– do menos de manifestarle que las palabras de usted son duras y me han metido un poco de miedo en el cuerpo. No puedo despojarme de esa pesadilla que me atormen– ta día y noche, ese maldito infierno que se me repn::,– senta como un espectro fatídico y aterrador. Procuro dicstraerme, lanzar lejos, muy lejos de mí ese tétrico pen– samiento, pero inútil; me persigue, me molesta y me preocupa. l\Ie digo a mí mismo: "¡Bah!, déjalo, ya pa– sará... ¿ Quión sabe?... Despu<'.·s de todo, allá lo vere– mos". No obstante, una voz incógnita me responde. "¿Y si es verdad? ¡Ay de mí! No, no, yo quiero escoger la mejor parte, ir a lo mús seguro. Se trata nada menos que de mi porvenir futuro, de una eternidad sin fin y sin límites. Esto es algo serio, algo que merece la pena pensar y reflexionar. No sea que nos encontremos con un desencanto terrible e irremediable. En consecuencia,

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