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112 DR. P. PÍO M.ª DE MONDilEG~s,_o. F. M. CAP. de la distancia infinita que existe entre el sujeto cul– pable y la persona ofendida; luego necesita un castigo o sanción también en cierto sentido infinitos; como es imposible que sea en el orden intensivo, lo será en el orden extensivo o de duración. Por otra parte, si esta pena no fuera eterna, dadas las pasiones y concupis– cencias humanas y la poca impresión que causan los castigos remotos e invisibles, no se moverían los hom– bres al cumplimiento de la ley, resultando su sanción insuficiente e ineficaz por naturaleza. Finge todos los años que quieras, multiplica los tiempos, y las edades, y los tormentos: si al fin y al cabo, en último término, el fin de todos, justos y pecadores, ha de ser igual, lo pasado se reputará por nada, porque no nos aflige lo que fuimos alguna vez, sino lo que siempre hemos de ser. Luego, lejos de contrariar este dogma a la razón, está muy en conformidad con sus dictámenes y el orden ético objetivo. Es, ciertamente, una verad que espanta y atemoriza a los más fuertes y valientes, pero al fin verdad, y como tal, inmutable y eterna, independiente de nuestro libre albedrío y apreciaciones egoístas o personales. La socie– dad sensualista y materializada de nuestros días no quiere oír estas verdades que escuecen y perturban, para dormir más plácidamente el sueño del placer y de la orgía. ¡ Que se borren de la mente humana para que no haya tropiezos ni estorbos en la vertiginosa carrera de la vida hacia toda clase de fruiciones sensíbles l Pase– mos el tiempo lo mejor posible y no nos preocup~mos de los problemas ignotos de ultratumba. ¿ Quién nos ha venido a contar lo que allá pasa? Comamos y bebamos, que después morimos. Nuestro cuerpo se confundirá con
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