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llO nn. P. PÍO M.ª DE lliONnnFUANES, º· F. M. CAP.------·- mente: "Si tu mano fuere ocasión de pecado, córtala; mejor te será entrar con una sola mano en el cielo que ir con las dos al infierno, donde hay fuego inextingui– ble y donde el gusano roedor nunca muere" (2). Alen– tando a sus discípulos les exhorta a que no teman a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden ha– cer nada más; temed, sí-les dice-al que puede arro– jar el cuerpo y el alma a los abismos del infierno (3). Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento están lle– nos de testimonios aterradores acerca de las penas eter– nas; no hay dogma tan explícito en las Sagradas Letras, ni verdad que se pinte con tan vivos colores. La Tradi– ción, la Iglesia y los Santos Padres confirman a cada paso esta doctrina y hacen sentidas exhortaciones a lus fieles para retraerles de la culpa. De consiguiente, no hay otro dilema: o negar la re– velación divina, la autoridad eclesiástica y el orden so– brenatural con los que se llaman fuertes, o confesar con los débiles, mujercillas y frailes la existencia del in– fierno eterno para los que mueren en desgracia de Dios. ¡ Feliz debilidad y fanatismo que nos señala el camino de la verdad y nos sirve de medio para abrirnos las puertas eternas de la gloria! Los racionalistas y seudofilósofos modernos intentan negar las razones del orden sobrenatural como contra– rias a la justicia y a la equidad, inventando especiosos sofismas para disuadir y arrancar del corazón del hom-· bre esta creencia tan extendida y arraigada. Pero, aun limitándose estrictamente al campo filosófico y de la razón pura, se puede persuadir la necesidad o convc- (2) l\Iarc., IX, 42-43. (3) Luc., XII. 4-5.
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