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CAPÍTULO X EL DOGMA. MA.S PkVOROSO 2 Mi querido amigo: En la precedente trajimos a la memoria el parecer y juicio de algunos sabios, nada sospechosos de fanatismo, acerca de los castigos ultra– mundanos para los prevaricadores de la ley y del deber. Con claridades meridianas o en sombras y penumbras aparece, explícita o implícitamente, la idea de un lugar de expiación para aplacar la justicia divina, irritada por la perversidad de los hombres rebeldes. Pero sobre todos esos testimonios, más o menos autorizados, está el infalible del mismo Dios que nos habla clarísima– mente por su Verbo Encarnado, Nuestro Redentor, Jesu– cristo. En el día de las grandes revelaciones y sorpresas nos dice que se dirigirá a los malos y fulminará contra ellos esta terrorífica sentencia: "Id, malditos, al fuego eter– no que está preparado para el diablo y sus ángeles" (1). E irán éstos al fuego eterno, y los justos a la vida eter– na. En otro lugar, hablando de la obligación que hay de separarse de la ocasión peligrosa, dice terminante- (1) Matt., XXV, 41.

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