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B'U~CANDO LA FELICIDAD 105 tarse, se decidirá su suerte, feliz o desgraciada, seg1ín sus obras. El tiempo, limitado por los estrechos linderos de la vida mortal, es el único que se nos ha dado para merecer. Cnando en el gran estadio de este mundo se termine el combate, unos saldrán victoriosos y otros de– rrotados. Dante Alighieri sobre la puerta de la estancia tene– brosa, leía estas fatídicas palabras: "A la ciudad de las lágrimas se va por mí; por mí, al dolor sempiterno; por mi se llega a la raza de los condenados; mi gran arqui– tecto fué inspirado en la justicia; me construyó el di– vino poder, la sublime sabiduría y el primer amor" (1). ¡ Oh sí! La justicia divina fué quien construyó esa mansión, no el temor de los espíritus débiles. ni la ig– norancia, ni el lucro, ni el engaño. El Legislador y Juez supremo grabó esta verdad en la frente de aquellos eme se llamaron sabios y fuertes. Platón nos dice en el Perlón: "Aquellos que por la grandeza de sus crímenes parecen ser incurables, los que cometieron muchos y grandes sacrilegios, muertes inicuas y otras culpas grn– ves, por su justa suerte serán sumergidos en el Tártaro. del cual nunca saldrán". Otros escritores gentiles como Homero, Hesiodo, Virgilio, Ovidio, Heraclio, Cicerón, et– cétera, nos dejaron terribles descripciones de ese Tárta– ro o infierno. Se refiere que el fuerte y cruel Nerón, en la noche que hizo matar a su madre Agrinina. lleno de pavor y esnanto y como fuera de sí, se agitaba sin des– canso en los suntuosos salones de su palacio; y Suetonio añade que nunca jamás, después de haber cometido el (1) Divina Comedia. Infierno, can t. III, vv. 1-6.
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