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104 DR. P. PÍO M.ª DE MONDREGANES, O, F. M. CAP. oír hablar de él, para que no le cause tristeza ni me– lancolía y puedan disfrutar libremente de sus pasiones. Por esto mismo que, olvidados de sus destinos y de los problemas más importantes de la vida, no quieren meditar, ni pensar, ni oír sermones de las verdades eter– nas, es necesario tratar de ellas en la prensa, para lla– mar su atención y darles el grito de alarma del peligro en que se encuentran. Con esto te pido que me dispen– ses, tengas un poco de paciencia y me escuches; porque más vale que pienses ahora unos minutos en el infierno que no después experimentes sus penas por toda la eter– nidad. Lo primero que te advierto es que no hagas caso de 1a prensa liberal, racionalista y atea que afirma con osa– día que esos tormentos horribles, esas penas devorado– ras, ese fuego sempiterno, son invenciones de curas y frailes, efectos de la ignorancia, de la mentira, del ab– surdo, para atemorizar a los niños y mujercillas; cosas propias de los tiempos obscurantistas, de las crueldades inquisitoriales o del despotismo clerical. Has de saber que este dogma, como todos los demás, no depende de lo que digan los hombres, que no pueden destruir la realidad de las cosas. Las negaciones y los sarcasmos no pueden cambiar ni modificar en lo más mínimo las leyes inexorables de la justicia divina. Si el infierno existió en los tiempos pasados, existe ahora y existirá por una eternidad sin fin. No hay remedio; cuando el hombre se separe de la carne mortal, y se encuentre en la presencia del Supremo Juez de vivoi:: y muertos, con su conciencia desplegada, patente y cla– ra ante los ojos de Aquel a cuya vista nada puede ocul-
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