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CAPÍTULO IX EL DOGMA. lit.AS P.4 V O ROSO 1 Querido amigo : Al leer el epígrafe, con toda segu– ridad que adivinas mi pensamiento y dices para tus bo– tones: "Este fraile me va a hablar de cosas tristes, qui– zá nada menos que de las penas del infierno. ¡Bah! ¡Bah! Esas cosas son para que las medite usted en su celda, o las predique desde el púlpito a los ejercitantes ignacia– nos y a los beaterios de tímidas mujercillas; pero, ¿a qué viene usted ahora a meterme miedo en el cuerpo y a encrisparme los pocos cabellos que tengo con esa eterna y decantada pesadilla de la condenación eterna, del fuego eterno, del infierno eterno? Eso es molestarme y robarme las satisfacciones que experimento en las di– versiones del mundo". No me extraña, apreciado amigo, que estos y pare– cidos pensamientos crucen por tu mente; porque el pro– blema del porvenir, la existencia del infierno, es el dog– ma más pavoroso por la gravedad y consecuencias que encierra. Los hombres mundanos no quieren pensar ni

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