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100 DR. P. PÍO M,ª DE MONDREGANES, O. F. M. CAP. el objeto de tu felicidad suprema. En medio de la tri– bulación que te abate, a través de las luchas trágicas de su vida, topará con la noche y se reclinará cansado para dormir el sueño eterno. Todos estos acontecimien– tos pasarán, pero las almas de los bienaventurados per– manecerán disfrutando de la posesión de la Divinidad. Por esto la Escritura santa nos repite con frecuencia; cielo eterno, vida eterna, luz eterna, descanso eterno, eternidad perpetua. Si no fuese así, la felicidad se aca– baría, no seria perfecta, el temor de su término serviría de angustia y desconsuelo; después de un número incal– culable de siglos el paradero definitivo del bueno y del malo, del bienaventurado y del condenado serían idén– ticos, y la sanción dejaría de ser justa y perfecta. ¿No te parecen éstos suficientes motivos para ser fieles a Dios, observar la ley, cumplir con el deber'? ¿No merece la consideración de estos bienes sempiternos todos nues– tros cuidados, esfuerzos, sudores, trabajos y sacrificios? Ciertamente: porque no existe comparación alguna en– tre los padecimientos de esta vida y la futura gloria que por ellos se nos dará. Cuando se lee en la prensa y li– teratura contemporánea lamentos y quejidos de deses– peración; cuando se oyen las ansias febriles del gozar sensible, cuando se ve que millares de personas corren locas en pos de la ilusión, de las comodidades, de las riquezas, honras y placeres, se deduce fácilmente que es una ideología y una vida sin cielo, sin norte, sin más allá, sin horizontes de futuras recompensas. Tú, amigo querido, pasa por encima de los falsos bienes de este mundo, clava tu mirada en el cielo, ele– va tu pensamiento a las mansiones inmortales y busca
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