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98 estimula. l\Ias, como siempre el hombre se mueve más por amor que por temor, empezaremos por nuestro úl– timo bien que es el cielo. Al tratar de la felicidad demostramos que el hom– bre no fué creado ni para sí mismo ni para los bienes de la tierra, incapaces de saciar plenamente su corazón. El gran penitente de l\Iilán, después Obispo de Hipona, manifestó esta verdad que todos experimentamos cada día en el fondo de nuestro ser: Que nuestro corazón fué hecho para Dios y estará siempre inquieto mientras no descanse en :f~l. Sí, fuimos creados para conocer la Verdad Eterna, para amar al Sumo Bien, para gozar la Belleza Infinita, para la posesión de Dios. ¡Qué hermoso, qué grande, qué sublime es nuestro fin! Imagina, pues, las verdades, bon– dades, bellezas, amores y perfecciones de todos los se– res reunidos en uno solo y elevados a lo infinito, y vis– lumbrarás algo de lo que causará nuestra bienaventu– ranza en el cielo. El artista, el pintor, el poeta, el ora– dor, el filósofo experimentan fruiciones indescriptibles, éxtasis inenarrables ante la verdad, bondad y belleza limitadísirnas de sus obras. ¿ Quién no conoce el gozo que experimentó Arquímedes cuando, estando en el baño, encontró la ley del peso específico del cuerpo sumergi– do en el agua, y echó a correr por la ciudad gritando el famoso Eureka? ¿ Quién no admira aquel caer de rodi– llas de Cristóbal Colón cuando descubrió el Nuevo Mun– do? ¿ Y qué son estas débiles sombras comparadas con el éxtasis divino que causará la visión beatífica de Dios cuando le veamos cara a cara, como es en sí? ¡Ah! Con razón el paciente de Idumea, cubie~·to de lepra, despre-

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