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8 DH. P. PÍO M.ª DE MONDREGA:NES, O. F. M. CAP. árbol, rezando mi breviario, de la heterogénea y dispersa multitud de bañistas se separa un caballero y dirige ha– cia mí sus pasos. Por su fisonomía calculé que frisaría apro:i:imadamente en los cuarenta años. Cambiados los primeros saludos de cortesía y etiqueta, empezamos a hablar de cosas indiferente!!, como la amenidad del lu– gar, la eficacia de las aguas, la sequía del verano y otros asuntos de escasa importancia. i\l día stguiente el buen caballero volvió al mismo sitio con alguna más confian– za y libertad. Después de algunos minutos de conversa– ción me dice: -Padre, permítame que le pregunte por ese libro que lleva en la mano. --i\migo--le respondí-, es el gran filósofo de nues– tra raza, el inmortal Balmes; son sus "Cartas a un escép– tico en materia de religión". -i\ propósito, Padre; de cosas religiosas le deseaba hablar a usted, si tiene la bondad de escucharme. -Precisamente, amigo, es lo que yo más anhelo. Ha– ble con libertad. -Pues bien; en el secreto natural y en la intimidad de la confianza que me ofrece, le manifestaré algo de mi azarosa vida y de mis preocupaciones actuales. Y o soy un hombre de esos que por aquí llaman "indianos". De joven me marché a América, donde, a costa de sacrifi– cios y trabajos, hice un capital bastante regular para pa– sarme una vida cómoda y descansada. Hace algunos años vine a Europa y recorrí sus capitales más importantes; puede usted suponer la vida que en esos sitios suele lle– var un hombre sin religión, joven y con dinero en el bolsillo. -No me diga usted más, que le comprendo.

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