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los que te alaban" (13). Esta fue la humilde plegaria del fiel y noble l\Iardoqueo. La reina Ester, sucesora de la desobediente reina Vasti, despojada de sus yesliduras de corte, cubierta de polvo y ceniza su cabeza, humillándose, oró también al Señor, Dios de Israel, diciendo: "Señor mío, Tú que eres nuestro único Hey, socórreme a mí desolada, que no tengo ayuda sino en Ti, porque se acerca el peligro. Desde que nací he oído en la tribu de mi familia que Tú, Señor, escogiste a Israel entre todas las naciones y a nuestros padres en,tre todos sus progenitores por heredad perpetua, y que cumpliste cuanto les habías prometido. Ahora nosotros hemos peca– do delante de Ti y Tú nos entregaste en poder de nuestros enemigos, en castigo de haber adorado a sus dioses. Jus– to eres, Señor. Mas ellos no se contentan con imponernos dura servidumbre y han puesto sus manos sobre las ma– nos de sus ídolos, jurando anular las promesas de tu boca, horrar tu heredad, cerrar la hora de los que te alaban, extinguir la gloria de tu casa y de tu altar, abrir la boca de los gentiles para celebrar las proezas de sus ídolos y hacer que un rey de carne sea por esto ensalzado para siempre. No entregues, Señor, tu cetro a los que nada son, ni se rían de nuestra caída, antes bien haz que sus conse– jos se vuelvan contra ellos; haz para todos escarmiento al autor de esta guerra contra nosotros. Acuérdate de nos– otros. Señor, date a conocer en el día de nuestra tribula– ción, fortaléceme, rey de los dioses, dominador de todo poder. Pon en mis labios palabras apropiadas en presen– cia del león y muda su corazón en odio al que nos hace la guerra para ruin,a suya y de sus parciales. Líbrame con tu mano y ayuda a mí, que soy sola y no tengo sino a Ti, Señor. Tú lo sabes todo y sabes, por tanto, cómo aborrezco fa gloria de los inicuos y detesto el lecho de los incircun- (13) Est., 13, 9-17.

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