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40 P. PÍO M,ª DE MONl>RIIGANES, O. F. M. CAP. tra sangre, siendo la cantidad total de nuestro cuerpo, por término medio, unos cinco a seis litros. Si, además de la composición de la sangre, considera– mos el funcionanüento del corazón, el cual se contrae más de 70 veces por minuto, por el que pasan unos 6.000 li– tros de sangre cada veinticuatro horas, igual a 6.048.000 gramos; los vasos capilares tan tenues e imperceptibles, (pues pinchando con un alfUer se atraviesan centenares¡ más los alvéolos pulmonares, donde se purifica la sangre, que se elevan nada menos que a 1.800 millones, ¿no será suficiente para descubrir la sabiduría del Ser Supremo, en cuya comparación los anatómicos y fisiólogos son como si no fuesen? Se podrían ir analizando todas y cada una de las partes del hombre y de los animales, y en todas ha– llaríamos millones de células, de órganos y partes varia– das, que obran en armonioso concierto para ejercer las fun– ciones vitales y conservar la vida del individuo y de la es– pecie. ¿Qué conjunto de maravillas no se descubren en este microcosmos que arrastramos sobre .la Tierra? Este cuerpo es un instrumento fabricado por un poder que está fuera de nosotros, sometiéndolo a nuestra voluntad. Todas las veces que hacemos uso de él, sea para hablar, para respi– rar o movernos, sea en cualquier otro sentido, deberíamos sentir la presencia de Dios. El hombre, además de su cuerpo, posee las facultades intelectuales. Su inteligencia penetra los arcanos de la na• turaleza, su voluntad ama el bien infinito, y no con una inclinación ciega, sino libremente. El hombre es el rey de la creación: los minerales, los vegetales y los animales con– curren a su servicio. Todo está ordenado y combinado ad· mirablemente. Todo en el mundo marcha hacia la unidad. En todos los reinos y aun en todas las especies existe or– den, subordinación, gradación, finalidad, unidad suprema. Los astros, la tierra, el agua, el aire... se ordenan a los vegetales; éstos son, necesarios para la vida del animal, y

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