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U, DIVINA PROVIDENCIA 3!) tural, no tienen nada que hacer, sino únicamente no impe– dir las leyes impuestas por su autor. ;, Qué más se necesita para conocer que existe un designio, un plan meditado, un orden establecido, una inteligencia ordenadora anterior a todos los seres que gozan de la visión? Examinemos brevemente el oído. El oído interno está situado en la cavidad del hueso temporal Pn un tubo en– roscado en forma de caracol. En sus membranas se hallan las tres mil fibras de Corti, vibrantes como otras tantas cuerdas de un complicado y perfecto piano, al pon~rse en comunicación con los sentidos exteriores. Así percibimos los ruidos estridentes de los carruajes y las sublimes ar– monías de Verdi, Wagner, Rossini, Eslava, Gayarre, Bee– thoven., Palestrina, Vitoria... , cada uno con ·sus timbres, diferencias, intensidad, etc. Las armonías musicales que perciben nuestros oídos penetran en el alma y sugestio– nan el espíritu. La antigüedad nos dice de Orfro que aman– saba las fieras con su lira, y de Linos que levantaba las piedras para constniir los muros de Tebas. Y las melo– días que perciben los oídos humrunos ¡, no serán suficientes para ablandar los corazones de los incrédulos y levantar un templo donde se adore al Hacedor de tantas maravillas? Tomemos otro tercer ejemplo de la sangre. El aparato circulatorio está formado por el corazón y vasos sanguí– neos: arterias, venas y capilares. En él se contiene la san• gre, encargada de distribuir por el cuerpo las substancias alimenticias que han sido transformadas en asimilables por la función digestiva. La parte líquida viva se llama plasma, contiene por milímetro cúbico más de cuatro millones de glóbulos rojos o hematíes, y unos seis mil glóbulos blan– cos o leucocitos, doscientos cuarenta y cinco mil corpúscu– los de Hayen y Bizzozero, que el primero llama hemato– blastos, y el segundo plaquetas sanguíneas. Puede ahora calcularse el número enorme de parks que contiene nues-

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