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LA DIVffiA PROVIDE...-clA. 35 j Y pensar que esa multitud inmensa con sus magnitudes inconmensurables siguen sus órbitas determinadas, que se entrecruzan s~n el menor choque, sin estorbos, sin confu– siones, con precisión matemática, como lo demuestran tam– bién los eclipses, las estaciones, las marcas, etc.! No puede menos de admirar aun a los escépticos. ¿Qué es la 1'ierm? U11 planeta un millón de veces más pequeño que el Sol. ¿ Qué es el Sol? Un astro de nues– tra aglomeración estelar. Una isla imperceptible de un océa– no sin límites. ¿Qué somos nosotros? Microbios, habitan– tes de un grano de arena. Si todo el mundo es grandioso y magnífico, ¿cómo se mantiene en perfecto equilibrio? ¿Quién conserva esa ma– ravillosa armonía, ese continuo movimiento de multitud de astros, visibles e invisibles, que giran sobre nuestras cabezas? ¿Qué físico fue capaz de establecer esas leyes constantes y uniformes? ¿ Qué mecánico ordenó esa má– quina maravillosa, cuyo engranaje no tiene desgastes, ro– ces, ini choques, ni imperfecciones? En el movimiento regu– lar de planetas y de satélites, en su dirección, plano, gra– dos de velocidad, en relación de sus distancias al Sol y a los astros centros del movimiento, hay huellas de un con– sejo, testimonio de la acción de una causa que no es ciega ni fortuita, sino seguramente muy hábil en Mecánica y en Geometría. Absurdo es s11poner que la necesidad regula el universo, porque una necesidad ciega, siendo en todas par– tes la misma, no podría producir en las cosas la varkdad que vemos. La Astronomía halla en cada caso el límite de las causas físicas, y, consiguientemente, la traza de la ac– ción divina. Es cierto que los movimientos actuales de los planetas no pueden provenir de la sola acción de la gravi– tación. Para que giren en derredor del Sol es necesario que un brazo divino los lance a la tangente de sus ór– bitas. Y nuestro filósofo Balmes bellamente escribió: "La
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