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LA DIVINA PROVIDENCIA les, el maravilloso enlace de causas y efectos que sostie– nen la armonía en el mundo. Astronomía. Elevemos nuestra mirada al finnamenlo en una noche clara de verano, sentados en la falda de una colina, recibiendo las suaves y refrescantes auras de la cristalina corriente. Esa bóveda celeste cuajada de astros luminosos que disipan las densas tinieblas de la noche; esos globos gigantescos que hace tantos siglos ruedan ma– yestáticamente por los inmensos espacios sin separarse de sus órbitas, sin tropezar en sus revoluciones, sin pararse en su carrera, sin gastarse en sus movimientos, nos obli– gan a exclamar: ¿ Quién hizo eso que venimos observan– do todos los días de nuestra vida? El Aguila de Hipona, San Agustín,, dice: "Pregunté al cielo, al Sol, a la Luna y a las estrellas, y me respondieron con un gran clamor: Él nos hizo" (11). Concretemos más y recordemos algo de su número, magnitud, distancia y movimiento. El número es incontable. El sistema actual heliocéntri– co está formado por una estrella central que nos alumbra durante el día y llamarnos Sol; en torno suyo giran ocho grandes planetas y alrededor de éstos satélites y cometas. ¿ Quién podrá contar el número de luces centelleantes que ven nuestros ojos en la bóveda celeste? John Herschell, por medio del telescopio, llegó a contar 18 millones y lord Kelvin 1.000 millones ,(12). Además, hay otros espacios que nos son descO'llocidos, pues la ciencia no ha podido todavía conocerlo todo. Se conoce muy poco relativamente del mun– do de los astros. ¡ Cuán poco conocernos a simple vista! Sube de punto nuestra admiración si consideramos la magnitud del mundo conocido. La Tierra que habitamos ,(11) Co11fes., 1. X, c. VI. (12) De la exactitud de las cifras que ponenrns en este § III, no podemos responder personalmente. Damos fe a los diversos autores, de los cuales las hemos tomado. 3
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