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LA DIVINA PROVIDENCIA 245 que tiende a la perfecdó1n. El hombre, abandonado a la Pro– videncia, no se preocupa del porvenir incierto. Sabe que tiene un Padre cdestial que conoce, quiere y puede reme– diar sus necesidades corporales y espirituales. Cuando lle– gue el momento vendrá en su ayuda. Esta confianza no excluye una razonable soliciitud para proveerse de las cosas necesarias y útiles, y un cuidado pru– dencial para huir o remover impedimentos que se presen– tan para conseguir los fines honestos y, sobre todo, el fin último. Recuérdese que el abandono y la indiferencia vir– tuosos son muy diferentes del falso quietismo. 2. El ejercicio del abandono virtuoso causa mucha paz en el hombre, pnrque ni las {'Osas prósperas le exalta:n, ni las adversas le abaten. En uno y otro caso da la gloria a Dios y no desea nada más que se haga su voluntad en los cielos y la tierra, en lo próspero y en lo adverso, en In dulce y en lo amargo. Basta qile Dios quede contento... A través de todas las circunslaneias y situaciones el hombre consümte y S{>reno sigue adelante con la mira y la esperanza puestas en Dios, que así dispone y permite los acontecimientos. 3. El abandono recto dehe ser unh·ersal, constante y sincero como el fiat de María en la Encarnación y el de Je– sús en el Huerto. De nuestros labios y de nuestros corazo– nes debe salir ese fiat en las alegrías y tristezas, en la sa– lud y en las enfermedades, en los consuelos y en las mi– deces, en las humillaciones y exaltaciones, en el ministe– rio fecundo o estér,il, en la vida cómoda o trabajosa, en la vida temporal, en la muerte y en la eternidad. "El que se llega al Señor se hace un espíritu con {>J" ( 4-). Esta identi– ficación procede del amor y conduce al amor. El alma y Dios unen sus voluntades: Umwi ve lle, 1m11m nolle. Vi– ven en la intimidad y se comunican los bienes. (4) I Cor.. VI, 17.

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