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240 . P. PÍO .:'1.ª DE MONDREGA!\"ÉS, O, F, M. CAi>. manos del Seíior, el hombre no puede menos de ..,,entir los golpes del dolor. La pérdida de los bienes materiales, de los seres queri– dos, de fos umigos y bienheclwres no puede menos de sen– tirse. Las cn,fermedades, las amputaeiones físicas, hil-ri'I1 la st'nsibilidad humana. Las humillaci01ws, los desprecios, los fracasos, las in– jurias, las calumnias, las trihubciones morales, no pueden ser agradables en sí mismas. El hombre nalnraluwnte ama t>l honor, la estima y la reputación. Los dolores de cualquier género que sean. aun en el mús perfecto abandono, S0\11 inherentes a la naturaleza humana. Con la gracia la vohmtad fuerte puede superados, resig– narse en la .ulY<.>rsidad, ac<.>ptar el dolor, abandonarse a Ju voluntad santísima de Dios. Pero no por eso dejará de sen– tir la parte inferior de la naluraleza. Tenernos ejemplo en nuestro ped'ecto modelo, Jesucristo. Sintió las agonías de,l Huerto, la traición, de Judas, la negación de San Pedro, la huida de los Apóstoles, las humillaciones de la plebe, las heridas de la corona de espinas, el peso de la cruz, la cru• cifixión atrocísima. Sinti<.>ndo y considerando todo con per– fecta resignación, exclama: Padre mío, si es posible, pase de mi este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieras tú (3). Sintió Jesús, nuestro :Maestro; sintieron los swntos, las almas fervorosas y devotas. Pero sufrieron con rcsigm1ción, con paciencia, con abandono y hasta con alegría, por lo menos en la parte superior del alma. A,maron las cruce,, que les regaló el Salvador. Prefirieron el camino de espi– nas al camino de rosas, por parecerse más a Jesucristo y (:l) Mat., XXVI, 39.

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