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238 sos con igual reverencia y amor besa su mano y bendice su nombre. He aquí la sierva del Señor; hágase como tú quieras. Después de los acontecimientos la dulce esperanza se cambia en consentimiento. Apenas el alma conoce por la fe o por la razón que los acontecimieJ1,tos prósperos o adversos proceden de la voluntad de Dios, los acepta con agrado. Con todo su ser y con toda su energía dict•: No mi voluntad, sino la tuya. Se llama a este abandono el traspaso de .la voluntad humana a la divina. El hombre se arroja sin reserva siem– pre y en todo a la Providencia diviJn,a. En medio del dolor y de las tribulaciones exclama con el pacienlísimo Job: El Señor me lo dio, el Seíior me lo qnitó. Sea siemp1·e ben– dito. San Francisco de Sales trata admirablemente cómo haya de practicarse este camino de abandono en la Providencia divina, aun en las difíciles circunstancias de la vida inte– rior y exterior, privada y pública, espiritual y corporal. Se– ñor, muéstrame tus caminos y enséñame tus sendas. AttTÍCl'Lü 2.º ,1bandono y prudencia. El santo abandono en los brazos de la Providencia debe excluir las inquietudes y preocupaciones de la vida coti– diana, pero no las previsiones razonables ni las pn.~visiones necesarias. Dios qukre la confianza, pero no lus impru– dencias. Con.cedió al hombre lar; facultades para que tra– baje y coopere con la acción ele Dios. Se ha de desechar la pereza, el descuido culpable, el quietismo ocioso, las in– discreciones en los juicios y en las determinaciones. Los santos tenían el abandom, perfecto en la Providen•

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