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LA lH\'INA PROVIDE.'lCIA 19 los movimientos y él no tenga ninguno; que sea motor in– móvil: a ése le llamamos Dios. Fmjanse las hipótesis cosmogónicas que se quiera, ad– mitase la existencia de la nebulosa con sus evoluciones, la masa caótica, la inmensa difusión de la materia, las en,ergias del universo, las fuerzas centripetas y centrifugas, el movimiento de rotación y traslación, de atracción y re– pulsión, todas cuantas teorías ha inventado la ciencia. To– dos esos motores subalternos, todas esas fuerzas de la na· turaleza, necesitan indefectiblemente un motor primeto, una fuerza única, simple, universal, inmóvil: Di.os. § II. Argumento de causalidad. Hemos visto que el mundo se mueve, que los seres lo· dos del universo se mueven, y les he.mos preguntado: "¿Quién os mueve?". Y en último término responden ne– cesariamente: "Un ser i'llmóvil, un primer motor". Demos un paso más y preguntemos a las cosas: "¿Quién os hizo? ¿De dónde venís?". Existen cosas q,u·e antes no existian. Todo lo que co– mienza a existir supone una causa improducta. A ésta la llamamos Di.os. h.':i:isten cosas que antes no existían. Heflexionando sobre los seres que nos rodean vemos que hay palacios, templos, esta– tuas, obras de <1rte, plantas, animales, hombres que hace af'los o siglos no existían. El Partenún de Atenas, las Pirámides de Egipto, el anfiteatro Flavio, el templo de San Pedro, la Opera de París, el Parlamento inglés, El Esc.orial, no existieron siem– pre, son obras maestras de ingenios que pasaron. Los hombre~, las naciones, los imperios, las generaciones se suceden unas a otras. Seres que hoy son y mafmna dejan de existir; que hace siglol:l eclipsaron el mundo con su esplendor y en la actualidad yacen en el olvido sin poderse discernir sus cenizas de ias de
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