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g_2_2____ P, PÍO M.ª DE M~J:--.'1lREGANRs, O, F. M, CAP. ferente para seguir la voluntad die Dios, que es contraria a la del mundo'? Con todos esos obstácu~os que se oponen a las virtudes sobrenaturales, ¿podrá el cristiano o el re– ligioso estar dispuesto para abandonarse a la voluntad de Dios de una manera sincera y eficaz? c) Los s,entimientos del corazón. Los pensamientos mundanos deprimen la inteligencia, engañan el corazón y excitan los apetitos de la carne. La parte sensible del hom– bre se apega a las cosas terrestres, a los efectos efímeros, a las cosas caducas. El hombre terreno gusta de las cosas terrenas, no de .las cosas sobrenaturales. "Hay caminos que al hombre le parecen derechos, pero a su fin son caminos de muerte" (22). Si el corazón del hombre está apegado a las cosas ma– teriales, a los gustos !_)e.rsonal<'s, a las exigencias de las pasiones, a la familia y al mundo, ¿cómo puede estar in– diferente para las obras de santidad, de conformidad a la voluntad divina? ¿Cómo puede ponerse en manos de la Providencia para que disponga de él con entera libertad? d) Remover los impedimentos de la indiferencia. Para adquirir la indiferencia santa es necesario conocernos a nosotros mismos, conocer nuestras pasiones e inclinacio– nes y examimar nuestras conciencias. Dice el Eclesiástico: "Hijo, sobre tu vida consulta a tu alma; mira lo que le es dañoso y no se lo des" (23). Lucha contra las malas costumbres; no te dejes llevar de las falsas doctrinas del mundo; gobiérnate con máximas eternas; considera tu último fin y los medios que a él con– ducen. "El hombre animal no percibe las cosas del Espí– ritu de Dios; son para él locura y no puede entenderlas; porque hay que juzgarlas espiritualmente" (24). Purificar nuestros sentidos, nuestra fantasía, nuestros ('.c:2) l'ruv., XVI, 25. r:i:l) I,c!o., XXXVII, 30. 124) l Cor., II, 14.
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