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CAPITULO VI LA PROVIDENCIA DH'IN,1 Y LA ORACION Dios tiene ciencia infinita. Todo lo tiene presente. Para Él no hay pasado ni futuro. Desde toda la eternidad pene– tra todo cuanto existe. Dios también es inmutahll'. Su voluntad no se cnmhia ni en sí misma ni por las cosas creadas. Toda mutación supone imperfección. Dios seguirá ejecutando lo que co– noció y quiso desde toda la eternidad. Entonces ¿para qué la oración? ¿ Para qué suplicar si la voluntad de Dios se ha de seguir cumpliendo como í~l quiere? Sin embargo, la oración es necC'saria y Jesús •nos ex– horta a la oración. Él oraba y a su's discípulos les enseñé> la oración dominical (1). Les propone la parábola del ami– go importuno que va a pedir pan a su amigo a medianoche, y añade: "Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá, purgue quien pide recibe y quien busca halla, y al que llama se le ahre" (2). La oracié>n está recomendada en las divinas Letras, en, la tradición cristiana y en la práctica universal y secular de los fieles. Aun entre las gentes no católicas se ora y se suplica. La oración es un sentimiento y una prúctica de la humanidad entera. (1) Luc., XI, 14. (2) Luc., XI, 6 y sigs.
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