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LA DIVINA PROVIDF..NCIA 197 vue.stros caminos, dice Yavé. Cuanto son los cielos más altos que la tierra, tanto están mis• caminos por encima de los vuestros, y por encima de los vuestros mis pensa– mientos" (9). El Apósilol de las Gentes exclama: "¡ Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién conoció el pensamiento del Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién primero le dio para tener de– recho a retribución? Porque de Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas. A Él la gloria por los si g l o s, Amén" (10). Es necesario creer y tener confitfü,za en la Divina Pro– videncia, sin querer escudriñar:la con arrogancia. Aceptar con humildad sus bondadosas disposiciones, sin rebelarnos con soberbia e ignorancia. Reflexiona sobre tu vida pasada, examina los caminos andados. ¡Cuántos hechos, de cerca, te parecerían inexpli– cables, y vistos ahora a distancia d<>muestran que una bon– dadosa y misericordiosa Providencitt los guiaba. Cómo iba dirigiendo los acontecimientos, prósp<>ros o adversos, para sus altos fines. Hay proverbios que nos indican la creen– cia de los cristianos en la Divina Provid<>ncia: "<El hombre propone y Dios dispone". "El homhre se agita y Dios le conduce." ¡Oh Guía misericordioso! Condúceme por tus ca– minos. Que yo siga la orientación de esta brújula divina hasta llegar a las playas de la eternidad feliz. (9) Is., 55, 8-9. (10) Rom., XI, 33-36.

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