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196 :f>. PIO M.ª DE MONDREGANES, O. F. M. CAP. solado Yavé a su pueblo, ha tern.do COIIllpasión de sus ma– les. Sión decía: Y avé me ha abandonado, el Señor se ha olvidado de mí. ¿Puede la mujer olvidarse del fruto de su vientre, no compadeeerse del hijo de sus entrañas? Y aun– que ella se olvidara, yo no te olvidaría. Mira, te tengo gra– bada en mis manos, tus muros están siempre delante de mí'' (8). Es una ley general que las madres amen a sus hijos; no faltan casos de madres desnaturalizadas que abain,donan o matan al fruto de sus entrañas. Pero en Dios no hay ex– cepciones; nunca olvidará a los hijos que crió, conservó y redimió. Su voluntad no falla. Las palabras de Isaías pueden aplierurse a cada una de las almas en particular. Porque la Divina Providencia no se co1ntenta con asistirnos en bloque, sino singularmente a cada uno. Cada alma inmortal fue creada por Él, y por Él se cons<.'rva en la existencia, y por Él llegará al término de la gloria. La Providencia nos circunda y penetra por todas las partes. Cuenta todos y cada uno de los cabellos de nuestra cabeza. ¡ Oh, Señor! Tú haces nacer las plantas y germinar las flores de los campos; Tú gobiernas el Sol, la Luna, la Tie– rra y el universo mun,do con orden y armonía inefables. Los hombres reposan ,tranquilos en Ti, porque los diriges por los caminos seguros que conducen a la eternidad feliz. Tu Providencia cuida de todos lo mismo que de uno solo. Te alaben y bendigan todos los que te conocen. ARTÍCULO 4.º La Providencia ,divina conduce por sendas ocultas. EJ Señor ¡n,os dice por el Profeta Isaias: "No son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni mis caminos son (8) Is., XLIX, 13-17.

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