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del cuerpo te has encontrado. ¡ Cuántas ocasi01nes de pecar has tenido! ¡ Cuántas tentaciones que has alejado! Si no hu– hiera sido la Divina Providencia, que por circunstancias especiales te presetuaba, ¡ cuántas ve{'.es hubieras caído! Unas veces te obscurecía la mente para no conocer el mal; otras cambiaba los planes formados e impedía tal o cual cosa que servía de impedimento. Si la Providen.cia te prese1rvó del pecado, también de.! infierno, tantas veces merecido. ¡ Si te hubieras muerto en aquellas circunstancias en que obrabas la iniquidad, en los lugares del vicio, luego que cometiste el primer pecado gra– ve! Dios podía castigarte al momento o permitir una muerte repentina. ¿ Quién te ha prPservado? La infinita misericor– dia de Dios. ¿ Qui(,n te sacó del mal camino y te colocó en el hueno '? ¿ Quién te enseüó la senda del cielo? Considera, además, ¡ cuántos paganos hay en el mun– do! ¡ Cuántos hombres no han recibido el don de la fe y el amor de la caridad de Cristo! ¡ Tantos que murieron sin el bautismo! Nosotros, sin nuestros méritos propios, nadmos de pa– dres cristianos que nos pusieron en el camino de la salva– ción. Dice San Pablo: "El Padre nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención y la remisión de los peca– dos" (2). En el bautismo el sacerdote nos signó con, la señal de la cruz y ordenó al espíritu inmundo salir de nuestra alma para no entrar más (3). Esta fue, ciert~unente, una gracia especialísima que nos abrió el camino para otras muchas durante nuestra vida. Nos hizo hijos de Dios, sus amigos y comensales, y nos dio derechos de vida eterna. Por el bautismo entramos e;n, la Iglesia, que es el reino (2) Col., I, 13. (3) Rit. Uoman. Bapt.

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