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18] Y aunque la intención st>a noble y pura, por motivos wrdaderamente sobrenaturales, Dios premiará, no el éxito, sino el esfuerzo. Puede quedar en el ánimo la pena de no llaher hecho todo lo que se podía. Si por parte de la cria– tura emprend,edora hubo culpa y negligencia debe aceptar el fracaso como punición, como humillación. Ciertamente que Dios no quiso las culpas, pero quiere que se acepten las penas merecidas... En todo caso, que las obras salgan bien o que fracasen, con culpa o sin ,ella, debemos aceptar con resignación las disposiciones de la Providencia, aun en aquellas empresas que nos parecían grandes para la gloria de Dios. Tenemos muc.hos ejemplos en la Historia. San Francis– co deseaba el martirio y la conyersión del sultán de Egi¡,to, y nada de eso obtuvo. San Antonio se pasó a la Orden fran– ciscana para ir a Marruecos y obtener el martirio, y tam– poco Dios se lo concedió, y fue apóstol en Italia. San Luis emprendió la Cruzada para conquistar la Tierra Santa y fracasó. San Ignacio amaba mucho fa Compañía, pero dP– cía que, si fracasaba, a la media hora de oración qu,edaría tranquilo. De los fracasos en las empresas srunfas y de celo por las almas tenemos multitud de ejemplos en la hagiografía. Los santos se ,resignaban a las disposiciones adversas qurridas o permitidas por la Divina Providencia. Dice el Apóstol: "Yo planté, Apolo regó; pero quien dio el incremento fue Dios. Ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el incremento. El que planta y el que riega son iguales, cada uno recibirá su recompensa conforme a su trabajo. Porque nosotros sólo somos "cooperadores de Dios y vosotros sois arada ele Dios, edificación de Dios..." (2). (2) l Cor, III, 6-9.

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