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ventos y abadías para servir a Dios en un Instituto reli– gioso, según las reglas del mismo. Las comunidades religiosas donde reina la paz y la ar– monía son como un paraíso anticipado. Por el contrario, donde no reina la paz son algo asi como un purgatorio o infierno, lugares de sufrimientos. Cuando el superior es riguroso, demasiado exigente, duro y díscolo, de mal carácter... , sufrirán los súbditos las consecuencias. Cuando los súbditos son desordenados, inobedientes, de mal carácter, rebeldes a la autoridad y a las observancias, sin educación y sin caridad ... , hacen sufrir a los superio– res y a los demás miembros de la familia religiosa... En las comunidades es necesaiio adaptarse a las reglas, saber convivir con todos, sufrir, ver y callar para vivir en paz. Cumplir cada uno con su deber y no meterse en los asuntos que no le pertenecen por deber o por caridad. Atender a sí mismos y a la propia santificación, sin faltar a la caridad fraterna, que exige nuestras atenciones y ser~ vicios. Llevando con paci~"Il-cia y con caridad las adversidades y las contrariedades de nuestros hermanos se sentirá la paz del alma y la felicidad claustral. Lejos del mundanal ruido se siente la acción santificadora de la Divina Provi– dencia, que permite, a veces, defectos para que sirvan de medio de santificación a los demás. Saber sufrir y callar por amor de Dios es el secreto de la paz interna y externa. La Providencia que da la vocación a un estado particu– lar dará la gracia y los medios para vivir según las exigen– cias y finalidades del mismo... Dejarse llevar de la Pro– videncia en la elección de estado y saber corresponder... Estar siempre dispuestos a seguir los planes de la Pro– videncia, manifestada por las leyes y por la obediencia a las superiores. Si éstos envían a lejanas tierras, a las misiones difici-

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