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H _ P._ PÍO. M.•_nE MO>.'DREGANF.S, O. F.__ M. CAP.__ cilio Vaticano I definió: "Si alguno dijere que Dios, uno y verdadero, Creador y Señor Nuestro, no purdc ser cier· tamente conocido con la lumbre natural de la razón, por medio de las cosas que han sido hechas, sea anatema" ( ±). El hombre, con el entendimiento, puede pasar más allá de lo tangible y suhir hasta la última causa o principio de todos los seres, a la cual llamamos Dios. El primer artículo del símbolo nos dice: Creo en Dios Omnipotente, Crendor del cielo !J de la tiel'ra. La razón y la fe nos dan certeza absoluta de la existencia de Dios. La Filosofía y la Revelación- se unen como dos hermanas para evidenciar la misma verdad. Los sabios y los teólogos. fi. lósofos y naturalistas se guían por los c,;plendores de la verdad, que camina segura por las vías regias dr las de– mostraciones a posteriori. Argumentos clásicos. En los tiempos de Platón y Aristóteles ya se dieron ar– gumentos, más o menos claros, de la existencia ele Dios. Se repitieron y explanaron por los grandes apologistas y Santos Padres de la Iglesia y se llevaron hasta el último anúlisis filosófico por los escolústicos medievales. En San Alberto .Magno, Santo Tomás, Alejandro de Alés, San Bue– naventura, Escoto y otros filósofos de la época los encon– tramos expuestos bajo diversas formas. Todos ellos en la actualidad se suelen reducir a tres grupos o c:ücgorías, según los principios en que se apo– yan. Así los dividiremos en argumP1üos metafísicos, físi– cos y morales. Los argumentos metafísicos se denominan- así porque se fundan en principios que superan t•! orden sensible y (4) Dfu";ZING., B. UMHiiliG, 18{}{i,

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