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172 o quizá castigos merecidos. En semejantc>s casos debemos acordarnos del ejemplo admirable del pacientisimo .Job. La justicia y la misericordia de Dios son infinitas, y Dios saoe cuándo castiga y cuándo perdona¡ por qué per– mite y por qué impide. Nerón es un monstruo, pero hace mártires; Diocleciano lleva las persecuciones hasta el último ext~mo, pero pre– para la era de Con,stantino; los bárbaros inundan el Occi– dente de sangre, pero pr~paran el Evangelio a una raza ca– paz de ser cristiana. Las revoluciones francesa y fSpañola destruyen lodo, pero provocan reacciones saludables y dan nuevo vigor a la vida católica. Dios deja obrar, pero, cuan– do llega el momento, para y cambia. Tanto en las calamidades públicas como •e;n, las fami– liares y personales pidamos resignación, conformidad e in– diferencia, mirando las :-osas con los ojos de la fo. Deje– mos a la Pro,idencia, que conoce los tiempos del castigo, del perdón y de,! premio. El médico divino sabe cuándo, cómo y a quién se debe aplicar la medicina eficaz. ARTÍCULO 2." Riqueza y pobl'eza. Jesús dijo: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el rei:n-0 de los cielos" (Mal., V, 3). Hay ricos que aman P1ucho sus riquezas y tienen el afecto ape– gado a ellas. Hay otros que, tengan o no tengan, su co– razón y sus afedos están muy lejos de apegarse a los bie– nes materiales; éstos son los pobres de espíritu. Jesucristo dijo que era muy difícil que un rico entrase en el reino de los cielos, porque las riquezas ofrecen muchas ocasiones de pecar y con fac-ilidad arrastran. los sentidos a las co– modidades y vicios,

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