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LA DIVIN.\ PROVIDINCIA 153 como causa primera, deja la determinación al hombre como causa segunda, es una cuestión teológica muy difícil de re– solver. Los teólogos no convienen entre sí. Han excogitado varios sistemas, de los cuales se trata en teología dogmá– tica. No pertenecen a la teologia ascética, de la cual ahora nos ocupmnos. Nos basta saber que la Providencia y la li– bertad bumaPa no se oponen o contradicen y que las dos, en su orden, concurre.n a la realización de nuestros actos. De la naturaleza y propiedades del hombre debes sacar una profunda gratitud hacia la Divina Providencia, la cual te concedió los sentidos y potencias con los cuales puedes ponerte en relación con las maravillas del universo mundo. Dios te formó superior a todos los an,imales irraciona– les y con tu inteligencia puedes domarlos y servirte de ellos. Con la razón puedes elevarte por la escala de los seres y llegar basta el autor de la creación y contemplar sus in– finitas perfecciones. La Divina Providencia te otorgó una voluntad libre capaz de amar lo bueno y tender al fin para el cual viniste a este mun,do. Todo cuanto tienes se lo debes a la infinita y amorosa Providencia de Dios, tanto en el orden natural como en el sobrenatural. Reconoce, pues, hombre cristiano, tu dignidad de ser racional, de cristiano, de hijo de Dios, destrnado a poseerle y gozarle por toda la eter:nidad. Alab~ y bendice la Providencia de Dios por la natura– leza y propiedades que te dio y por los destinos eternos sohrenatural{'s a los cuales te ordenó. "Alabad a Yavé las gentes todas, alabadle todos los pue– blos. Porque claramente ha manifestado sobre nosotros su piedad, y su fidelidad permanece por la eternidad" (9). Si Dios, con su Providencia infinita y misericordiosa, vela por el bien de los hombres, ¿por qué existen tantos (9) Sal., 117, 1.
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