BCCCAP00000000000000000000626

n0 permaneciereis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sar– mientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mu– cho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. El que no permanece en mí es echado fuera como el sarmiento y se seca, y los amontonan, y arrojan al fuego para que ur– dan" (61). Como el sarmiento unido a la vid recibe el beneficio de la savia del tronco, asi los sarmientos que son los cristia– nos reciben la vida de Cristo. Jesús ruega por los discípu– los y por todos los creyentes "para que todos sean uno, como Tú, Padre, estás en Mí y Yo en Ti, para que tam– bién ellos sean en nosotros, y el mundo crea que Tú me has enviado" (62). San Pablo explica admirablemente esta doctrina con la comparación del cuerpo humano. Porque así como, siendo el cuerpo uno, tiene muchos miembros, y todos los miem– bros del cuerpo, con ser muchos, son un cuerpo único, así también es Cristo. Porque también todos nosotros hemos sido bautizados en un solo Espíritu, para constituir un solo cuerpo, y todos, ya judíos, ya gentiles, ya siervos, ya libres, hemos bebido el mismo Espíritu. Porque el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos (6~). Cada uno de los miembros del cuerpo tien{: su propia función que contribuye al bien de todo el cuerpo. El dolor y el gozo redundan en bien del todo. Esta unión del Cuerpo Místico abraza también a los bienaventurados, porque la ca– ridad no pasa j mnús ( 64). Toda la tradición de la Iglesia está concorde en este punto. Esa es la práctica constante rle los fieles. Los vivos en este mundo aplican sufragios por los fieles difuntos; dirigen culto y oraciones a los mártires y bienaventurados; ruegan por los pecadores para que se (61) Jn., XV, 1-6. (62) Jn., XVII, 21. (63) I Cor., XII, 12-14. (64) I Cor., XIII, 8.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz