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112 P. PÍO M.ª DE MON'DREGANES, O. P. M, CAP. mundo que le dio su Unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna" (5). Bendigamos la misericordia de Dios Hijo, que por nues– tra redención y salvación se encarnó, habitó entre nosotros y murió en cruz. Bendigamos Ia misericordia del Espíritu Santo, que se dignó descender entre nosotros, comunicarnos la divina ca– ridad y hacernos participantes de la vida divina. Bendigamos a Dios Trino y Uno, del cual proceden Lo– dos los bienes que tenemos, y cantemos con la Iglesia: Glo– l'ia al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Dios, en su infinita Providencia, se ocupó de nosotros otorgándonos un mundo sobrenatul'al, en el cual encon– tramos riquezas inmensas. Bendigamos a la Santísima Trinidad, no sólo por las misericordias que nos ha comunicado, sino también por lo qrl'e es en sí misma. Es el Ser Supremo que no tiene prin– cipio ni podrá tener fin, infinito en todas sus perfeccicmes. Por su sublime fecundidad de vida incesante eternamente engendra al Verbo y del Padre y del Verbo es espirado el Espíritu Santo, pero de tal modo que el Padre no es an– terior, el Verbo no es superior, ni el Espíritu Santo es in– ferior; las Tres Personas son coeternas y coiguales entre ellas. ¿Qué cosa puede entender y decir el hombre delante de este misterio? Nada sino adorar, admirar, contemplar ~, exclamar con San Pablo: "¡ Oh profundidad de la ri– queza, sabiduría y conocimiento de Dios"! San Pablo fue arrebatado al paraíso y "oyó palabras inefables que el hom– bre n-0 puede decir" (6). ¡ Oh Trinidad eterna! Tú eres un mar profundo, en el cual cuanto más busco más encuentro. Tú sacias de un (6) Jn., III, 16. (6) II Cor., XII, 4.
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