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92 ({ALVERNIA)) lcncia necesaria para ejercer su;; ministerios. Dios la exigía en los sacerdotes de la antigua Ley. Labia sacerclotis custodiant scientiam ( 135). Y al sacerdote ignorante le habla por Oseas: Quia tu scientiam repulisti, repellam te, ne sacerdotio fungaris (136). A los sacerdotes confirió el ense– ñar a todas las gentes. El sacerdote es médico y censor que debe conocer las enfermedades y los remedios, la verdad para enseñarla y los erro– res para corregirlos. Debe poseer una ciencia pu– ra, recta, sólida, según los principios de la Igle– sia. El Derecho canónico impone a los sacerdotes: «Clerici studia, praesertim sacra, recepto sacer– dotio, ne intermittant; et in sacris disciplinis solidam illam doctrinam a maioribus traditam et communiter ab Ecclesia receptam sectentur, devitantes profanas vocuum novitates et falsi nominis scientiam» (137). III. SANCION DEL FIN Un fi:1 tan noble y tan elevado era libre an– tes de la ordenación; ahora, después de haber correspondido a la vocación y de haber recibido la ordenación, el fin se impone. Un sacerdote que no es hombre de oración, de piedad eucarística, de celo por las almas, de sacrificio por los ministerios y de estudio, será uno de tantos infelices sacerdotes que llevan una vida lánguida y tibia, Que poco a poco vacilará, resbalará y caerá en las tentaciones y aun en los vicios vergonzosos. Si la muerte le arrebata en pecado mortal, tendrá un infierno más cruel que el de los simples fieles, porque el infierno será prc1Jorcionado a la responsabiildad, al conoci– miento, a las gracias y medios de salvación. Po– tentes potenter tormenta vatientur (138). Y ¿quién más poderoso que el sacerdote? Al con- 1135) Mal., II, 7. (136) Os., IV, 6. (137) Can. 129. (138) Sap., VI, 6.

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