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86 «ALVERNIA)) medit me (118,. El que no tiene celo, no ama; el que no ama, permanece en la muerte. 2. El sacerdote tiene JJoder de ofrecer sacri/i– cios.-Jesucristo :nstituyó la Eucaristía, agotan– do las riquezas de su amor hacia los hombres. Después de la divina institución, se vuelve a los Apóstoles y les d:ce: Hoc facite in rneam comme– morationem (119J. Haced esto en mi memoria, concediéndoles facultad de consagrar su Cuerpo y su Sangre, de establecer el Sacramento del amor en todo el mundo. Esa misma facult:::d transmitieron a todos los sacerdotes y ha llegado también hasta nosotros por la ordenación sacerdotal. recibida del Obis– po ... Ahora, figú.rate al sacerdote revestido de or– namentos simbólicos, acercarse a las gradas del ::i.ltar, grave, devoto, recogido, pensando en los divinos misterios, empieza y prosigue la Misa re– produciendo varios pasos de la Pasión del Sal– vador. Se acerca el momento solemne, pronun– cia esas palabras de eficacia omnipotente, y, ape– nas acaba de proferirlas, arranca del seno del Padre al Hijo de Dios: Jesucristo, obediente a lo, voz del hombre, desciende del Trono del Ex– celso, rodeado de coros angélicos, rasga las azu– ladas bóvedas del firmamento, traspasa con la rapidez del rayo los espacios celestes, se pre– s ,:u ta real y verdaderamente en la Hostia san– ta, reposa sobre el altar del sacrificio, se hace prisionero de amor en las manos del sacerdote, le levanta a la vista del pueblo, que golpea sus pechos, cae de rodillas y le adora... ¡ Oh incomparable poder del sacerdote! Dios obedece a las palabras de un hombre. El que te creó sin ti, se crea a Sí mismo por ti. Ese po– der no concedió ni a los ángeles, ni a los arcán - geles, ni a las potestades; aún más: ni a la mis– ma Virgen Maria, puesto que en Ella una sola vez se encarnó, en mis manos tantas cuantas ve– ces quiera. En Nazaret obedecía a S. José y a su (118) Ps. 68, 10. (119) Luc., XXII, 19.

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