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Dios, que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendar– se a este glorioso Patriarca y tenerle devoción. En especial, personas de oración siempre le ha– bían de ser aficionadas... Quien no hallare maes– tro que le enseüe oración, tome este glorioso san– to por maestro, y no errará en el camino» _(149). Objeto de especial devoción debe ser también el santo Fundador de la Orden o Instituto a que se pertenece. Se nos han dado por Padres, por modelos, protectores. Cada uno debe conocer bien su vida, sus obras, sus intenciones, sus deseos, sus reglas, para amoldarse a su espíritu y adqui– rir las características del Fundador, que deben ser también las de las Ordenes o Institutos por él fundados. Al Fund:.clor deb211 seguir los santos que per– tenecieron a la Orden, por ser la expresión más viva del F'undador, los que mejor interpretaron sus ideales y siguieron sus huellas. Nos servirán de estímulo considerando que se santificaron en la misma Orden, con las mismas reglas, con las mismas leyes, con el mismo hábito, en el mismo estado. Aquí también podemos repetir las pala– bras de S. Agustín: «Si tantos hermanos tuyos se santificaron y hoy gozan con Cristo la gloria del cielo y en la tierra el honor de los altares, ¿por qué no tú?» La Iglesia en el santo bautismo acostumbra a imponer el nombre de un santo con el fin de que el nuevo cristiano tenga un patrono en el cielo al cual invoque e imite. Lo mismo sucede en la profesión religiosa, que se considera como un se– gundo bautismo, porque el religoso debe despo– jarse del hombre viejo para revestirse del nuevo, completamente consagrado al divino servicio. A estos patronos de bautismo y profesión se les de– be tener especial devoción. Hay otros santos de devoción popular y universal, como S. Antonio y Santa Teresita del Niflo Jesús, algunos que Dios les ha concedido protección especial para soco- 114!l) Vida, c. VI. n. 6-!l.

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