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'164 l(AtVERNIA)) int•:crcesores, y rsp::-ramos ser sus compañeros en el cielo. I. Devoción a lOs Angeles. II. Devoción a los Santos. III. Observaciones. l. DEVOCION A LOS ANGELES En el Antiguo y Nuevo Testamento se habla con frecuencia de los ángel€s como espíritus pu– ros creados por Dios. De su número nada de cierto podemos decir; se supone que son innu– merables, porque se habla de ejército celestial, del Seiíor de los ejércitos (113), de los millares que le sirven y asisten (114). Los teólogos los sue– len dividir en nueve coros y tres jerarquías: en la primera se enumeran los Serafines, Querubi– nes y Tronos; en la segunda, las Dominaciones, las Virtudes y las Potestades; en la tercera, los Principados, los Arcángeles y los Angeles. Pero a este propósito dice S. Agustín: «Cómo sea aque– lla beatisima y celestial sociedad, qué diferencia de procedencia haya... , díganlo los que lo sepan, si pueden probar lo que atlrman; yo confieso que lo ignoro» (115). Dejando a una parte todas las cuestiones teológicas que por el momento no nos interesan, hac€mos algunas consideraciones prác– ticas para nuestra vida devota y de perfección. Los Angeles son espíritus celestiales que repro– ducen la belleza del divino original, contem– plan la faz del Paclre celestial _(116), adoran y alaban la divina Majestacl (117). Los Angeles se intnesan por nuestro bien, desean que nos jun– ten:os con ellos en el reino de los cielos, ofrecen 1113) Dominus cxercitumn. Is., I, 24; II, 12; III, 15, etcétera. ( 1141 Millia ei et decies millie, eente1w m.illia VIII, 10. i llti¡ Enchii•., t. col. 259. 1llG) AngeU eorum in col!lis scmver rident facíem Patris mei, qui in cuelis est. Matth, XVIII, 10. ¡ 117) Apoc., VIII, 11 y sigs.

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