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72 «ALVERNIA)) también almas religiosas consagradas a Dios, que llevan el hábito, viven en una religión muy per– fecta, llena de santos: pero ellas hacen poco apre– cio de la perfección, trabajan poco o nada por conseguirla. Es muy cierto que el hábito no hace al monje, sino las virtudes. ¡ Cuántos religiosos habrá en el cielo que, teniendo aquí un estado muy perfecto, viviendo en una religión muy san– ta, estarán más bajos que otras almas grandes generosas que viven en el siglo desconocidas de los mortales! ¡Qué desengafí.os nos llevaremos el día del juicio final! ¿De qué depende esto? ¿De la falta de medios? No. Sólo d2pende de los individuos que no traba– jan, que no se esfuerzan por conseguir la perfec– ción general y específica de su elevado estado; y, no consiguiendo éstas, tampoco la individual que de ellas depende. 18. Para muchos religiosos la perfección es un tesoro escondido, cuyo valor ignoran. Y sabido es que lo que no se conoce no se ama; y lo que no se ama no se trabaja por conseguirlo. Es necesario meditar en la finalidad de nuestro estado reli– gioso, en la gracia inmensa de la vocación, en la elección predilecta del Sefi.or, para desear con todas veras la perfección religiosa. La perfección es una cosa tan estimable, que todo religioso debe proponerla como norte de su vida, como blanco de todas sus aspiraciones, deseos y esfuerzos. De– biera hacer suyas las palabras del Sabio sobre la sabiduría, y la verdadera sabiduría es la santidad: Yo he deseado y vec/iclo la sabicluría y me fue conceclicla; la preferi a los reinos, a los tronos, a todas las riquezas y viedras vreciosas; vorque todo el oro es como un poco de arena, y la vzata como fango, en su comvaraeión. La amé más que la salud y belleza, la antepuse a la luz, vorque sus resvlandores son inextinguibles. Me vinieron todos los bienes con ella, e innumerable honesti– dad por sus manos (91). Este es el deseo que de– b2mos tener por esta margarita prPciosa, por la 191) Sap,, VII, 7 y siga.