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DÍA lX.-{mIES UNIONIS MYSTICAE)l 635 que la toca, la hiere y le da vida. Así cantaba el místico del Carmelo: iOh llama de amor viva, que tiernamente hieres de mi a?ma en el más ]Jrofu.ndo centro! Pues ya no eres esqui1.:a, acaba ya si quieres, rompe la tela de este clulce encuentro. ¡Oh cauterio suave! ¡Oh regalacla llaga' ¡Oh mano blanda! iOh toque delicado, que a vicla eterna sabe, y tocla deucla paga! B:Jatanclo, muerte, en vida la has trocado (99). Además de estos caracteres fundamentales en toda unión mística, de que acabamos de hablar, el P. Poulain señala otros secundarlos (100). Esa m1ión especial que siente el alma no depende de la vo)untad humana; viene de improviso, a veces cuando menos se picmsa; no se puede impedir, aumentar ni disminuir; depende de la voluntad divina, que la comunica cuando quiere y como quiere. El conocimiento que en estos estados mís– ticos de unión se tiene de Dios suele S''r indis– tinto y oscuro; es como contemplar a Dios in calígine. Este modo de orar y de sentir comu– nicació;i es poco compr-2:1sible. El alma goza de un bien sin saber con precisión qué cosa sea. El alma siente una cosa que la ele:va a D:os, q•.1e l::i. pone en su presencia, que la hace dPscans:ir y reposar en sus brJ.zos. Esa unió11 especial no se produce por la meditación, por el discurso y pm· la imaginación; proviene de una comunica– ción especial de Dios, que hace experimentar y sentir su divina presencia en el alma. El alma am:1, y goza sin pensar nada material o determi– nado, como en las meditaciones ordinarias. Esta (99¡ SAN JrMJ DE LA CRUZ, Obras, Llama de amor viva. ed. crítica del P. GERAHDO DE s. J. DE LA cnuz, t. II, p. 386. Toledo, Hll 2. ,. l 00.i O. cit., cap. VI!.

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