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DÍA II.-<<DIES CCGNITIONIS)) 33 tantes, los habitantes con sus notas individua– les... Existían nuestros antepasados, nuestros abuelos, nuestra familia, cuyo nombre llevamos. Y nosotros, ¿qué éramos? Eramos nada existente. Nosotros, ¿dónde estábamos? Estábamos sólo en la mente de Dios, sólo Dios dirigió sus ojos de bondad sobre nosotros y nos llamó del no-ser al ser, de la nada a la existencia. Nos donó un cuerpo con sus sentidos maravillosamente dis– puestos para percibir las cosas: infundió en él un alma simple, espiritual e inmortal, adornada con potencias por las cuales conoce, ama, sirve libre y racionalmente a su propio autor. Somos, pues, una obra exclusiva de Dios. No nos hicimos nos– otros a nosotros mismos, porque primero es ser que obrar. No nos hicieron nuestros p::>.dr:·s, porqae son sólo causas secundar'.as de nuestra existencia. Dios sólo pudo comunicarnos una participación de su ser. Tus manos, Señor, me hicieron, Tú me formaste (6). Soy, pues. un efecto de la infinita Sabiduría, del infinito Poder, de la infinita Bon– dad de Dios. Él nos formó rac:onales, inteligen– tes, superiores a los animales y apenas un poco inferiores a los Angeles <7). Dice San Lorenzo de Brindis: «De un gran bienhechor procede un grande beneficio, como de una grande fuente un grande río, de un grande fuego un grande calor, de un grande sol una grande luz. Sólo Dios presta grandes beneficios: a S,, 1 0'.nón le dió gran sabi– duría; a David, aunque era un pastor de ovejas, le dió un inmenso reino; a Moisés, el principado del pueblo israelítico y grande potestad de obrar milagros; a Aarón: un (;'ran sacerdocio y sumo pontificado, siendo jerarca de todas las sinagogas: a Abrahán, muchas riowzas y numerosa posteri– dad; a José, el principado del potentisimo reino de Egipto; a Adán, el clominio y el imperio ele toclo el mundo: Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra; u que domine a los peces del 15; Manus tuac jc~enmt mr:, rt vlasmai:enmt me. Ps. XVIII. 73. (7) Minuisti cmn paulo ininus ab Angclis. Ps. VIII, 6.

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