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180 «ALVERNIAll llevar el polvo en la mano en contra del viento», dice S. Gregario (164). Así opinan en general todos los maestros de la vida espiritual. Por vía de ejemplo, discurramos por algunas de las virtudes. La fe en los adultos sin la humil– dad, sin la sumisión, sin la docilidad a la auto– ridad de Dios y de la Iglesia, es de todo punto imposib~e. Para creer firmemente es necesario re– conocer la limitación de nuestras facultades; que existen verdades superiores a nuestra capa– cidad; es preciso reconocer autoridades gue pue– den mandar y obligar nuestras voluntades. Para someter nuestros entendimientos y nuestras vo– luntades a la revelación, es necesario el rendi– miento razonable a los motivos de credibilidad. La esperanza exige desconfianza de si mismo y confianza en la gracia. El humilde conoce que de sí no puede nada, y exclama en sus necesidades: ¡Ayúdame, Seiior! (165). Sin humildad no puede haber amor de Dios ni del prójimo. <<Yo no pue– do entender, dice Santa Teresa, cómo haya, ni pueda haber, humildad sin amor, ni amor sin hu– mildad; ni es posible estar estas virtudes sin gran desasimiento de todo lo creado» (166). El humilde reconoce los beneficios divinos, no se prefiere a nadie, considera las faltas propias y prescinde de las ajenas; es amable y condescen– diente, sin envidias ni ambiciones. Para la efi– cacia de la oración es imprescindible la humildad. La oración del humilde penetra los cielos (167). Dios no puede despreciar sus ruegos, y, generoso, le concede cuanto pide. «Este edificio, dice la mís– tica Doctora, todo va fundado en humildad; mien– tras más llegados a Dios, más adelante ha de ir esta virtud (168); mientras más se abaja el alma en la oración, más la sube Dios ( 169). No hay da- ( 164) Lib. I, lwmil. in Evanq., llomil. 7, n. 4; M. P. L., t. 76. col. 1.103. ( 165) Adí1Lva (166) Cam'in. (107) Oratio XXXV. 21. Domine. F's. CVIII, 25. XVI. n. 2, p. 413. se, nubes pcnetrabit. Eccli., (168) Vicia, cap. XII, n. 4. JJ. 79. (169) Vicia, cap. XXII, n. lX, p. 164.