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DÍA III.·-«DIES COMPUNCTIONIS)) 177 ----- El orden exige colocar las cosas en el puesto que les corresponde, según los planes del ordena– dor. El humilde de corazón coloca a Dios en el lu– gar que le corresponde por su omnipotencia, por su dominio, por su bondad, por su misericor– dia; y a la criatura en el lugar que le conviene por su dependencia, subordinación, malicia y pe– cados. Siendo nada y pecadores, nuestro lugar propio será: Amar, ser ignorados y despreciados, porque la nada no se conoce y el pecado se des– precia. Cada uno es lo que es delante de Dios y nada más. Si alguno piensa u obra de distinta manera, no anda en verdad, comete injusticia, falta al orden. De aquí la necesidad de conocernos a nosotros mismos. En la frente de Apolo estaba escrito: Cognosce te ipsum. Sin esto, dice S. Buenaven– tura, es imposible llegar a la sabiduría. Tanto progresará el sabio cuanto más se desprecie. Es un pésimo mercader el que se engaña a sí mis– mo; el que hace que se le aprecie más de lo que vale (149). Tenemos materia abundante para ahond:1r siemp1:e más e!'l nuestra malicia y mi– seria para no dejarnos engañar por las ilusiones del amor propio, estimando en algo lo que nada vale; comprando oropel por oro... San Agustín tenía costumbre de decir: Noverim me, noverim te (150); el Seráfico Padre: ¿Quién sois vos y quién soy yo? Dios mío y todas mis cosas. En Dios lo encuentro todo, y fuera de Él no hay nada bueno. El santo se sentía tan infinitamente pe– c¡uef10 e indigno. porque estaba convencido de que todo lo bueno y grande que en él había pro– cedía únicamente de Dios y pertenecía a Dios. Esto no quiere decir que Francisco no viera lo bueno que Dios obraba por él o en él; el no querer verlo, el negarlo, hubiera sido o falta de sinceridad o cortedad de vista, y, en todo caso, falsa humildad. Muy al contrario, hallaba en su (149) Haexam., col!. HJ, n. 24, V, p. 424. (150) SolilOCJ., lib., II. can. I, n. l. M. P. L., t .. '.J:3, col. 886.

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