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176 «ALVERNIA>> la perseverancia? ¡ Cuántas almas justas, santas, que corrían por las vías de la perfección, que habían escalado elevadas cumbres, cayeron y se precipitaron al abismo del pecado, y quién sabe si en la condenación eterna! Bienaventurado el hombre que teme siempre, dicen los Prover– bios (147). De lo expuesto se sigue que la humildad está conforme con la verdad, la justicia y el orden. La verdacl es la conformidad de nuestro enten– dimiento con las cosas. Cuando nuestros cono– cimientos sobre nosotros mismos, sobre nuestra nada, nuestra insuficiencia, nuestros pecados, nuestras malas inclinaciones, nuestras miserias y ruindades se conformen con la realidad obje– tiva, poseeremos la verdad, por lo :::nenas espe– culativamente. Escribe a este propósito la místi– ca Doctora del Carmelo: <<Una vez estaba yo considerando por qué razón era Nuestro Señor tan amigo de esta virtud, y púsoseme delante, a mi parecer sin considerarlo, sino de presto, esto: que es porque Dios es suma Verdad, y la humil– dad es andar en verdad; que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en mentira. A quien más lo entiende, agrada más la. suma Verdad que anda en ella» .048). La justi– cia consiste en dar a cada uno lo suyo. El hu– milde es justo, porque da a Dios lo que le perte– nece; reconoce que tiene dominio absoluto sobre él; que todo cuanto tiene en orden natural y sobrenatural, poco o mucho, lo ha recibido de Dios; que está obligado como un siervo a ne– gociar con esos talentos y no enterrarlos negli– gentemente; que de su parte no puede tener otra cosa que maldad, pecado, deficiencia. Por esto el soberbio que indebidamente se atribuye a sí mis– mo alguna cosa buena comete un hurto respecto del dueño absoluto de todo bien, Dios Nuestro Señor. ( 14'1) Beat1UJ homo qni <'}emper est ])aL'iLl·us. Pror., XXVIII. 14. (148) Jlforailas se.1:las, cap. X, n. 7, 67(L
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