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DÍA I.-«DIES PRAEPAHA'l'IONIS)) 17 ------- para defender su reino es necesario seguirle y luchar valerosamente, lo que no se puede hacer sin fortaleza, sin virtudes sólidas. En estas se– manas se consideran las virtudes, y preferente– mente la vida de Jesús, ejemplar de todas ellas. La cuarta se consagra a la vía unitiva, cuyo fin es confirmata transformare. Cuando el hombre se va asemejando a Cristo se transforma en El espiritualmente hasta poder exclamar con S. Pa– blo: Vivo yo, mas no yo, sino que Cristo vive en mí (18). Podemos comprender también los fines de los Ejercicios comentando brevemente algunos versos de la secuencia del día de Pentecostés; porque realmente quien obra nuestra santificación es el Espíritu Santo. La Iglesia le invoca en este día para que venga sobre ella. ¿Y qué pide? Entre otras cosas, le dice: a) Lava quod est sórdidum. Espíritu Santo, santificador de los cristianos, lava las manchas, las inmundicias de los pecados... Los Ejercicios son como una piscina espiritual, un bautismo de gracia, un lavacrum regenerationis, en que nos qafiamos de las impurezas del pecado, de la asquerosa lepra que en el alma deja la culpa ... b) Riga quod est áridum. Las plantas, para que vegeten, florezcan, den frutos, necesitan agua, riego... Nuestra alma, para que viva espiritual– mente, produzca el fruto de las virtudes, necesita el agua de la gracia, el rocío del cielo. Los Ejer– cicios son un suave rocío que desciende sobre las almas. Observad cómo para que se produzca el rocío es necesario el silencio de la noche, que el cielo esté claro, sereno, sin nubes y que no soplen los vientos. Así, el alma, para que reciba el rocío celestial, necesita del silencio de los Ejercicios, de la serenidad y calma del espíritu, que no so– plen los vientos de la agitación o distracción. Más aún: los Ejercicios son oasis en el desierto de nuestra vida. Nos cansamnc;, nos fatigamos 18) Vivo ego, iain non ego: rírit vero in me Ghris– Gal., II, 20.

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