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160 «ALVERNIA)) caracteres, penetra las tendencias, las futuras eventualidades; predice acontecimientos como un profeta; juzga de los actos libres del hombre como si tuviera el don de penetración de espíri– tus, engañándose con frecuencia miserablemente. El presuntuoso se juzga suficiente para guiarse a si mismo en todo: en la vida espiritual, inte– lectual, en el gobierno ... ; no consulta a directores, ni a personas competentes, porque se cree más ca– paz que los otros. El presuntuoso se per.suade que es fuerte, con– fía en sus virtudes; se expone al peligro y no hu– ye de la ocasión, creyendo que puede resistir y vencer; pero Dios permite que caiga en faltas vergonzosas, en pecados graves que le humillen profundamente y le den a conocer su debilidad. Ejemplo tenemos en S. Pedro, que, confiado, res– pondió a su divino Maestro: Aunque toclos te abandonaren, yo jamás te dejaré; pero no mu– cho tiempo después Je niega hasta tres ve– ces (104). El presuntuoso no gusta de las virtudes peque– fias y escondidas, que llama de mujercillas y pu– silánimes; sólo ansía por cosas grandes, que bri– llen delante de los hombres, que manifiesten su energía y personalidad... También suele despre– ciar las oraciones breves, las jaculatorias, los ejer– cicios sencillos de piedad, las cosas pequefias, los medios corrientes de perfección y recogimiento, atendiendo a las cosas i_!randes, extraordinarias y de mucha apariencia ... Todo eso nace de la pre– sunción, hija de la soberbia. El presuntuoso debe ahondar en el conocimien– to propio, examinar su debilidad, reconocer su incapacidad e impotencia para todo bien sin la gracia de Dios. b) La ambición. La ambición es también hija legítima de la soberbia. Consiste en un apetito desordenado de honra, dignidades y mando sobre los dem::\s. El ambicioso se cree superior en ap- (104) Et si omnes ,s('andolizati fuerint quam sccmcl(l'!izabor, Matth., 26, 33. te, ego nwm-
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