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158 «ALVE!lNIA)l siempre un desorden en cuanto al principio o en cuanto al fin, creyéndonos a nosotros causa de lo que no somos, ni podemos ser; u ordenando a nosotros mismos lo c_iu2 únicamente se debe or– denar al último fin, que es la gloria de Dios. De aquí que algunos definen la soberbia diciendo que es un amor desordenado de nosotros mismos, por el cual, explícita o implicitamente, nos estima– mos como nuestro primer principio o último fm. Llevado el hombre de su amor propio, se consi– dera como Dios de si, de donde resulta una espe– cie de idolatría práctica. El alma, al verse her– mosa, se deleitó en sí misma, y se detuvo a con– templar su propia excelencia; dejó un momento de referirse a Dios; se olvidó de su dependencia; paróse en sí. y se entregó a sí misma. Mas que– riendo ser libre hasta emanciparse de Dios y de las leyes de la justicia, hízose el hombre esclavo de su pecado. En todo pecado hay dos cosas: conversión a la criatura y aversión de Dios. En cuanto a la conversión a Zas creaturas, la soberbia no reviste mayor malicia que los demás pecados; pero si en cuanto a la arersión. La razón es porque en los otros pecados generalmente se separa uno de D;os por ignorancia o fracr,Hidad; pero en la so– bt:rbia, se separa por r2belión, no quiere la vo– luntad huinana someterse a la voluntad de Dios, ni a su imperio, ni a sus órdenes. Los demis pe– cados son como u-a.a fuga o separación de Dios; la soberbia es una oposición, un desprecio de su au– toridad; usurpa, explícita o implícitamente, los de– rechos de Dios; se atribuye a sí lo que viene de Dios, negando que es principio de todas las co– sas; ordena a sí mismo lo que debe ordenarse únicamente a Dios, co'no último fin de todo io creado. Por esto la soberbia es un pecado que reviste grande malicia. Los demás vicios huyen ele Dios; la soberbia se le opone. Por este motivo, di– ce la Escritura que Dios resiste a los sober– bio.; (102); porque se ponen frente a frente de su (102) Dcus ¿Uperbis resistit. I Pctr., V, 5.