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DIA III Conferencia JI (IX) DE LA SOBERBIA 8uperbiain nmu¡1uim in tuo sen·:1, aut in tuo i-erbo dominari permittas, Nunca permitas que la soberbia do– mino en tu sentido en tu palabra. l Tob., IV. 14.) l. Nuestro divino Salvador, para hacer com– prender mejor su celestial doctrina, solía propo– ner algunas parábolas. E"1 cierta ocasión, a unos hombres que se gloriaban de sí mismos como jus– tos y despreciaban a los demás, les propuso la siguiente: «Dos hombres subieron al templo para orar: el uno fariseo y el otro publicano. El fari– seo oraba de esta manera: Doy gracias a Dios porque no soy como los demás hombres: ladro– nes, injustos, adúlteros, ni siquiera como et:te pu– blicano que está aquí en el templo. Ayuno dos veces en el sábado, pago los diezmos de los bie– nes que poseo. El publicano, estando lejos sin atreverse a levantar los ojos al cielo, golpeaba su pecho, diciendo: Dios mío, tened misericordia de este pobre pecador. En verdad os digo que éste descendió justificado a su casa; porque todo el que se ensalza será humillado, y todo el que se humilla será ensalzado» C97l. La humildad es el principio de todo bien, y la soberbia el principio de todo mal. Es sentencia del Espíritu Santo que el principio de todo pecado es la soberbia (98). (97) Luc,, XVIII, U y sigs, (08) Initium omnis peccati est supcrbia. Eccli,, X, 15.

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