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150 «ALVERN1All nosotros, débiles, el odio que tiene al peca– do» (84). Ahora considera, alma devota, que los ángeles y lbs primeros padres pecaron una sola vez; pero tú, ¿cuántas veces has pecado? ¿No has recaído una y mil veces en pecados graves y te has re. belado contra tu Creador y has dicho dentro de tu corazón: No quiero servirte, no quiero obedecer tus mandatos? Pues si Dios hubiera usado de tan– to rigor como en los ángeles y en los primeros padres, ¿,qué seria de ti? ¿Dónde estarías ahora? ¿Cuánto tiempo haría que padecerías los tor– mentos del infierno? Dios ha tenido misericordia contigo, te ha esperado una y mil veces. Pero ten presente que la medida de Dios también se llena. Dios es paciente en esperar al pecador, pero hasta cierto tiempo. Luego que se llena su medida le deja en manos de su condenación. El Profeta Zacarias vió un cántaro o ánfora mis– teriosa en cuyo centro había una mujer sentada, que se llama iniquidad; una masa de plomo que pesaba exactamente un talento cerraba la boca del cántaro (85). El Señor dió a entender a su Profeta que en el cántaro cabían cierto número de maldades, y que su gravedad y malicia es– taban exactamente tasadas como indicaba la cubierta de plomo. Si se llena el ánfora de ini– quidad, se termina el tiempo de espera, la ira del Señor se derramará sobre el pecador... Si se arroja un cántaro vacío al mar, al principio flota, poco a poco se va introduciendo el agua y gira de una parte a otra; cuando se llena completamente, desciende al fondo. Así sucede con los pecadores arrojados en el mar proceloso de la vida: al principio flotan, giran de una parte a otra; pero cuando está llena la medida de Di 03, se precipitan en el abismo de la condenación eterna... Nunca seáis temerarios en abusar de sus misericordias, no sea que se os diga como a Baltasar: Has sido pesado en la balanza y has (84;) II sent., d. 6, o.. 1, q. 1, o.d 4, t. II, p. 162. (85) Zach., V, 6 y sgs.

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