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DÍA III.-((DIES COMPUNCTIONIS)} 149 rra (82). Eran felices en el Paraíso en que Dios los colocara; y desde allí serían trasladados a la bienaventuranza eterna, después de una vida pacífica y deliciosa... · Mas Dios les somete a u:1a prueba, exige de ellos la obediencia que les había impuesto de no comer de la fruta del árbol de Za ciencia del bien y del mal; les advierte que en el momento de quebrantar el precepto morirán de muert(¿ (83); sin embargo, engañados por la serpiente, desobe– decen, se rebelan contra la autoridad de Dios, co– men del fruto prohibido. En el momento reciben· el castigo, pierden los dones gratuitos con que Dios les había adornado; son arrojados del Pa– raii'o terrenal; sienten la vergüenza, el dolor, la fatiga y pesa sobre ellos el decreto de eterna condenación, si no se arrepienten de la culpa co– metida. Transmiten a toda su posteridad esa tris– te herencia, siendo condenado el género humano a la muerte y a tantas miserias como conocemos en el mundo: las guerras, las pestilencias, las carestías, las enfermedades, los dolores, etc., son consecuencias funestas de un solo pecado mor– tal... Debe ser un mal terrible, cuando Dios ie castiga tan severamente en Adán y en toda su posteridad. Podemos deducir cuánto abomina Dios el pecado, cuando, a pesar de su bondad y cle– mencia, castiga a los hombres con penas tan te– rribles. Dice S. Buenaventura: «En el castigo de 10s ángeles y de nuestros primeros padres se mues– tra de manera admirable la divina justicia. Tan– to odia Dios el pecado, que a los mismos que amaba tiernamente los arroja de Si. Creo que en ese ejemplo de la divina severidad en el án– gel nobilísimo y en el primer hombre, los cuales Dios mismo formó y adornó, quiso mostrarnos a (82) Dominarnini piscibus rnaris, et volatil'ibus coeli, et uni1,ersis animantib11.s, quae movent·ur super terram. Gen., 1, 28. (83) De ligno autem scientiae boni et mali ne co– medas, i:n q1WC1.lmque enirn die comecleris ex eo, morte morieris. Gen., II, 17.