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14 ((ALVERNIAl> jor, fruto de sesenta y el corazón óptimo, fruto de ciento ( 15J. 5. Cuando el Patriarca Jacob envió a su hijo José en busca de sus hermanos, que apacentaban las ovejas en Sichem, le encontró en el campo un hombre, y le dijo: ¿Qué buscas? Y él, con in– genuidad, le respondió: Voy en busca de mis her– manos (16). Si alguno de vosotros me pregunta– re: ¿Qué buscas aquí? ¿A qué has venido? Yo le responderé también con ingenuidad: Vengo en busca de mis hermanos, vengo a hablarles, soy el Enviado de mi Superior. Busco las almas de mis hermanos. Ahora bien: un hermano, ¿cómo habla con otro hermano? ¿Acaso en sublimiclad de sermón? (17). Seria ridículo que, tratándose de comunicar a sus hermanos las cosas santas, las cosas más secre– tas, más importantes y necesarias, se hablara de esa manera. A los hermanos se les habla con sencillez, con sinceridad, con rectitud de inten– ción, con la mejor buena voluntad ... De este modo quiero yo hablaros durante estos Ejercicios, y en este mismo modo deseo me escu– chéis. Sin más preámbulos, pasamos a tratar en esta conferencia de los siguientes puntos: I Origen, naturaleza y fines de los santos Ejercicios. II. Necesidad que todos tenemos de ellos. III. Disposiciones con que debemos hacerlos. I. ORIGEN, NATURALEZA Y FINES DE LOS EJERCICIOS 6. El retirarse a la soledad para orar y comu– nicar con Dios se remonta a los más antiguos tiempos. Recordemos sólo algunos hechos: Moisés de Brindis, O. M. Cnri., Quadrage í– Srsagcsimae. Ho 1 niI. I, Qpern V, par. L pág. 56, n. VIII, Patavii, 1938 Sobre esta parál)ola expone dos admirables homilías. (16) Fratrps meas c¡uaero, Gen., XXXVIH, 15. (17) In sublimitate sermonís, I cor., II. l.

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