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136 « el L V E R N I el )) lV. EL PECADO ES UNA NEGRA INGRATITUD CONTRA EL SUMO BIENHECHOR El pecado lleva consigo un carácter de ingrati– tud monstruosa. ¡ Cuánto no ha hecho Dios por nosotros en el orden de la naturaleza! Por nos– otros creó el cielo, y la tierra, y los seres del universo que nos sirven; por nosotros lo conserva, lo adorna de tanta belleza y provee de nuevos seres necesarios a nuestra vida. Él nos dió el ser nobilísimo que tenemos, con todos los sentidos y facultades; como madre amorosa, vigila continua– mente sobre nosotros para que no volvamos a l::i. nada, nos custodia como la pupila de sus ojos, nos colma de innumerables favores cada día... Mayores beneficios nos concede en el orden de la gracia. ¿,No debemos a su bondad el nacer en el seno del Cristianismo, ser regenerados con las aguas bautismales, armados soldados de Cristo, reconciliarnos con Él én la penitencia, alimen– tarnos de su purísima carne en la Eucaristía? ¿,No debemos a su generosidad las inspiraciones que nos da para huir del mal y obrar el bien, tantas gracias actuales que nos concede para re– sistir a las tentaciones, la vocación religiosa o sacerdotal que nos concedió, colocándonos en un lugar seguro y de predestinación? Y en el orden de la gloria, Jesús nos ha prometido darse a Sí mismo en recompensa, hacernos felices por toda la eternidad, reinar con Él por los siglos de los siglos. ¿Qué más podía hacer por nosotros nues– tro sumo Bienhechor? ¿Qué rnás podía hacer por mi viña y no lo hice? < 44). Tantos beneficios debían ser como otros tan– tos carbones que nos encendieran en el amor di– vino y nos estimularan al agradecimiento. San Buenaventura exclama: «Dios mío, cuánto te debo {44) Quid est quod debui ultra /acere uineae meae, et non feci ei? · Is., 7, 4.

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